Me
hacía sentir miserable, inútil, pero por sobre todo frágil. Frágil ante
la vida, ante todo. Hago esto para no serlo y es así como me siento
cuando fallo. Actos de fragilidad, de vulnerabilidad, y no puedo
engañarme, porque así soy, pero no puedo parar. Te hace creer que no
servis para nada, que no podes controlarte y la inutilidad cotidiana. Yo
no quise jamás esto. ¿Pero qué puedo hacer ahora? Si me detengo y veo
hacia atrás, veo el mundo, no sé si perfecto, pero era un mundo en el
que yo me sentía que pertenecía. Un mundo donde había tristezas pero eran más las alegrías.
Quiero mi vida de vuelta. Quiero mis sueños, mis amistades, mis
sonrisas de vuelta. Esto ya no es gracioso, esto ya no es un juego donde
tiras un par de dados y logras salir. Esto es una pesadilla de la que no podés despertar, un infierno en el que no salvas de
quemarte con las llamas de los recuerdos y obsesiones. Donde vos mismo
te jugas en tu contra y, como tu mente, buscan destruirte. Esto es una
guerra donde sólo estás vos, sola, sin tener con qué defenderte ni con
qué destruirte. Pero tu cuerpo y tu mente, lo tienen todo. Y ahí es
cuando miras a los costados, y ves
que no podes escapar, que todo lo que te prometía ser color de rosa no
es más que un puro, oscuro y horrible negro, que no tenes armas para
defenderte ante tus oponentes, y, antes de empezar la batalla, ya estás
perdida.
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