Nadie iba a quererla como yo, nadie iba a amar tanto sus uñas mordidas, su cara cuando se enfadaba, o recién levantada... Nadie iba a retirar con tanta dulzura las lagrim
as de su cara, nadie iba a acariciarla como yo, nadie iba a amarla como yo lo había hecho, absolutamente nadie. Estoy seguro de que fue obra del destino, de ese típico hilo invisible que nos tiene conectados desde que nacemos, el hilo se tensa, se intenta cortar, se estira, se acorta, pero jamás, jamás se rompe. Era mía, siempre lo había sido...

No hay comentarios:
Publicar un comentario